Por su interés reproducimos el siguiente artículo de Agustín Moreno publicado en Rebelion.es
“La democracia, toda democracia es un proceso en
construcción” (Paco Fernández Buey)
Realmente vivimos tiempos sombríos, que diría Brecht. Aquellos que todavía
ríen ignoran el posible despido que les puede afectar, los recortes que
sufrirán, las nuevas subidas de impuestos, el deterioro de los servicios
públicos, los años que tendrán que seguir trabajando más allá de lo razonable y
la merma futura de su pensión. Ya no hay muchos jóvenes que rían porque sufren
el brutal paro, conocen la inseguridad laboral y quizá estén haciendo las
maletas. Los griegos han sido empobrecidos un 40%; en España vamos, de momento,
por el 22% y el paro es mayor, la desprotección aumenta y se convierte en
humillante en muchos casos.
El problema de España es sobre todo político. Las crisis económicas y
financieras se repiten periódicamente, pero son la consecuencia de las
equivocadas políticas que se han aplicado durante mucho tiempo: modelo
especulativo, dependencia tecnológica, subvenciones a los empresarios, mercado
de trabajo degradado y con bajos salarios, excesivo gasto militar… Y la
rampante corrupción: se repartieron comisiones delincuentes metidos a
concejales y políticos, se financiaron los grandes partidos, se enriquecieron
los sinvergüenzas. Acabó la fiesta del ladrillo, nadie pagó la cuenta y ahora
nos la pasan a todos nosotros.
La crisis tiene un carácter político que presenta rasgos más importantes
incluso que la crisis económica. Desafección política y electoral, desconfianza
hacia partidos, instituciones y casta política. Deslegitimación que se resume
en el “No nos representan” como metáfora del alejamiento de los ciudadanos de
lo que consideran un simulacro de democracia.
Cuánto vamos a aguantar, se preguntan muchos, conscientes de que la
política de ajuste nos lleva al abismo, a levantarnos cada día con un nuevo
recorte de derechos. En Grecia resisten, y algún día de huelga y de protestas
ardieron bancos y edificios en Atenas. En algunos barrios sublevados contra la
injusticia como la Exarchia los vecinos y los jóvenes anarquistas se
autoorganizan en la solidaridad y en la lucha: no entra allí la policía. Aquí
se han quemado cuatro papeleras con un alto coste de detenciones y el
Ministerio de Gobernación, dirigido por un tipo del Opus Dei, quiere
criminalizar a la PAH por los escraches, porque consideran que no
entra en el sueldo de los políticos que actúan contra el pueblo que les llamen
sinvergüenzas y ladrones. La vía para cambiar las cosas no es la violencia. La
violencia suele ser el recurso que ejerce el poder para mantener inmutable la
injusticia y en ese terreno llevamos las de perder.
Si tras la Transición había quien hablaba del desencanto por la quiebra
de expectativas, hoy podríamos hablar del tiempo de la desesperanza. O de la
simple espera a que llegue algún día el final de esta pesadilla. Y esto es lo
peor. El desánimo y la pasividad son los aliados cruciales para que el poder
imponga sus políticas. Aquí nada va a cambiar a mejor por sí solo. Cuando una
parte importante de la sociedad no es capaz de armarse de esperanza y juntar un
volumen importante de optimismo y de energía transformadora, el horizonte se
nos cierra más a todos y la vida se vuelve más angustiosa.
Ha empezado a haber un importante proceso de movilización. Pero la
pregunta que se hace todo el mundo es si va a servir para algo. O si al final,
a pesar de tanta calle y huelgas, acaba ganando de nuevo las elecciones la
derecha, un gobierno que se protege de los ciudadanos, o los que también harían
políticas económicas liberales. Por todo lo anterior, los ciudadanos tenemos la
responsabilidad de cambiar las cosas. De lo contario, la movilización sin
expectativas de cambio se convierte en una rutina de manifestaciones. Y
acabarían teniendo razón los que dicen que cada pueblo tiene el gobierno que se
merece, por odioso que nos pueda parecer. Y, en este caso, estaremos más cerca
de ser súbditos políticos y esclavos del mercado, que ciudadanos libres.
Como parece que Rajoy no va a dimitir voluntariamente, ni se vislumbra
siquiera una moción de censura, hay que mantener la movilización sostenida y
toda la desobediencia civil susceptible de generalizarse. También hay que crear
y desarrollar espacios de autonomía ciudadana y formular propuestas
alternativas para influir en las instituciones y fuerzas políticas. Pero no hay
por qué renunciar al espacio político-electoral, el reto es recuperarlo para la
ciudadanía. Y para ello es fundamental trabajar de cara a las primeras
elecciones políticas que se celebren. No importa de qué sean las elecciones.
Hay que convertirlas en un profundo rechazo de la política de saqueo de
derechos que se está practicando.
Y en algo más importante si fuéramos capaces: un profundo cambio
político que conllevaría un proceso constituyente hacia una democracia real. “La
cuestión clave estriba en cómo conseguir que las reivindicaciones aisladas o
sobre temas concretos (…) confluyan en un proceso constituyente protagonizado
por las mayorías sociales, por las clases populares, por lo que se ha dado en
llamar el 99%”, como dice Gerardo
Pisarello en un
interesante artículo sobre el tema.
Si estamos a un año de las elecciones europeas, no hay tiempo que
perder. Hay que seguir en la calle deslegitimando un poder ilegítimo que actúa
al servicio de los mercados, que arruina al país, que incumple por completo su
programa electoral. La lucha es importante, pero hace falta una alternativa que
sea palanca de cambio. Josep Fontana lo expone muy crudamente: Que salgan en
manifestación los jóvenes no importa a nadie. Mientras vayan a la Puerta del
Sol o la plaza de Catalunya y sus padres voten al PP o a CiU, no hay nada que
hacer.
En este país ha habido ejemplos históricos que conviene tener presente.
Siempre que se ha producido un cambio político en profundidad: la “Gloriosa” de
1868 (que acabó con el trono de Isabel II), las elecciones municipales de 1931
(que permitieron la proclamación de la II República), hubo previamente un
acuerdo amplio y muy plural de las fuerzas políticas de la oposición. El Pacto
de Ostende o el Pacto de San Sebastián permitieron
que el pueblo español visualizara la alternativa de cambio y se volcara en los
levantamientos populares que apoyaron a Prim y a Serrano, o fueran a votar
masivamente por las candidaturas republicanas en una elección de concejales.
Hay que ponerse manos a la obra, a allanar el camino para dar con una
alternativa política esperanzadora y viable. Y en este proceso deben de
participar todos y todas las personas, movimientos ciudadanos, miembros de
organizaciones y sindicatos, partidos políticos que sientan la urgencia de
cambiar la situación política, económica y social en España. Hay que
arremangarse para la tarea, teniendo en cuenta que, como decía Paco Fernández
Buey, la política sin ética es politiqueo y la ética sin política puede ser
narcisismo.
No nos sirve el PSOE, si no cambia de programa de forma radical, ya que
practica una política que les hace ser parte del problema y no una solución. Lo
que podríamos llamar el “socialismo de derechas” que implantó González y que
consiste en una impostura de izquierda para hacer políticas económicas
neoliberales que apenas se diferencian de la derecha; no olvidemos el cambio
constitucional del artículo 135 para que el pago de la deuda sea la gran
prioridad, es decir, la rendición del Estado Social a la deudocracia. Por otro
lado, practica la “política de la fruta madura”, esperando que el desgaste del
PP por la crisis le permita recuperar el poder y seguir jugando al eterno juego
del bipartidismo cómplice. Es decir, esperando no ganar las elecciones, sino
que las pierda el gobierno; y para ello no necesitan renovación ni cambio
programático de fondo.
No es suficiente el avance que pueda experimentar IU. Las encuestas le
pronostican hasta un 15% y es importante y merecido, pero hace falta más
presencia política y electoral para cambiar las cosas de raíz. Y se necesita
generosidad política para entender que los intereses generales deben de estar
por encima de los de la formación, después de tantos años de travesía del
desierto.
Habría que crear algo así como “el partido de los honrados”, “el frente
por la decencia”, donde se sientan representados esa amplísima mayoría que
padece las políticas actuales y que necesita un referente político electoral.
Que necesita recuperar la ilusión de que es posible acabar con la falsa
política de apaciguamiento de los mercados que conduce al recorte si fin. Para
que no se quede la indignación en casa y llegue a las urnas, porque la
abstención es un regalo para el poder que seguiría gobernando tan deslegitimado
como ahora. Para salir de la actitud de espera, para romper el miedo.
Para ello, haría falta avanzar en una serie de líneas de acuerdo: un
programa de mínimos que cuestione la política de ajuste, se plantee la
recuperación de derechos expoliados y los objetivos del empleo, la protección
social y los servicios públicos; una orientación hacia un proceso constituyente
que cambie las bases del modelo político, que resignifique el concepto de
democracia y cambie la ley electoral; una elección de candidatos con criterios
muy participativos, representativos y plurales (mujeres, jóvenes, afectados, personas
con la formación necesaria…); un código ético muy riguroso en el ejercicio de
los cargos públicos, la limitación de mandatos y la revocación; así como todas
aquellas propuestas de interés que se consensuen. En resumen, un programa
alternativo y una bandera ética.
Cómo se llame el movimiento de alternativa (unidad popular, bloque
progresista, frente amplio, océano de mareas…) no es lo más importante, aunque
debería no tener connotaciones excluyentes ni que produzcan rechazo y que sirva
para sumar y construir. Que dispute el poder institucional y combine ésta
presencia con la organización en las bases y la movilización social.
Para que esta alternativa política ciudadana cristalice, tienen que
participar los ciudadanos comunes. Pero el mayor riesgo no es la radicalidad
del proyecto sino los sectarismos y contra ellos hay que vacunarse. Como decía
Paulo Freire, “la radicalidad es tolerante, mientras que el sectarismo es
ciego y antidemocrático, aferrado a sus certezas. El radical está al servicio
de la verdad, mientras que el sectario está al servicio de su verdad, que
además pretende imponer”. De ahí que el sin duda difícil debate sobre
proyecto y propuestas no debe de estar reñida con un funcionamiento amable que
permita confluir a muchos y desmontar de forma paciente los sectarismos
bloqueadores.
Si falta la inteligencia necesaria para construir la alternativa, el
futuro nos deparará más desigualdad, menos derechos y más represión para
imponerlo. Estamos ante la ocasión histórica de acabar con el bipartidismo de
esta segunda restauración borbónica, de cambiar de base esta sociedad y abrir
un nuevo proceso constituyente. No va a ser fácil, seguro. Pero el 23-F demostró con un gran éxito en la movilización que es posible la
unidad de muchas mareas o movimientos sociales, ciudadanos y
políticos. Quiero mantener la esperanza de que seamos capaces, pero no tengo la
certeza. Si lo conseguimos y luchamos tendremos esperanza, por ello estamos
obligados a intentarlo.
Agustín Moreno es profesor de Enseñanza Secundaria
en Vallecas (Madrid) y miembro de la Marea Verde.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/construir-la-alternativa/4243
Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/construir-la-alternativa/4243
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